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Michelle Flores Soto

EL GRAN GENOCIDIO DURANTE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

REPORTAJE

Si bien esta investigación comenzó como un trabajo práctico de bachillerato, al ahondar en el tema comprendí que la tragedia, el dolor y la indignación que sufrieron y sufren millones de personas esta mucho más allá de lo que podemos imaginar. Todos sabemos, por lo menos básicamente, que fue el holocausto judío. Por eso los estudiantes tenemos que mirar un poco más arriba y comenzar a dimensionar la tragedia histórica para decir "nunca más" a atrocidades parecidas.


Breve Historia

En Historia, se identifica desde finales de la década de 1950 con el nombre de Holocausto a lo que técnicamente también se conoce, siguiendo la propia terminología del Estado nazi, como Solución Final (en alemán, Endlösung) de la cuestión judía, esto es, el intento de aniquilar totalmente a la población judía de Europa.



El Holocausto fue la persecución y el asesinato sistemático, burocráticamente organizado y auspiciado por el Estado de seis millones de judíos por parte del régimen nazi y sus colaboradores. "Holocausto" es una palabra de origen griego que significa "sacrificio por fuego". Los nazis, que llegaron al poder en Alemania en enero de 1933, creían que los alemanes eran una "raza superior" y que los judíos, considerados "inferiores", eran una amenaza extranjera para la llamada comunidad racial alemana.

La decisión fue tomada, con bastante probabilidad, entre finales del verano y principios del otoño de 1941 y el programa emergió en su plenitud en la primavera de 1942; su arquitecto y organizador administrativo fue Heinrich Himmler. El resultado fue el asesinato de algo más de seis millones de judíos mediante gas venenoso, balas, horcas, porras, puños, hambre y trabajo extenuante.


Durante la era del Holocausto, las autoridades alemanas persiguieron a otros grupos debido a su percibida "inferioridad racial": los romaníes (gitanos), los discapacitados y algunos pueblos eslavos (polacos y rusos, entre otros). Otros grupos fueron perseguidos por motivos políticos, ideológicos y de comportamiento, entre ellos los comunistas, los socialistas, los testigos de Jehová y los homosexuales.


Aunque se discute el grado de elaboración del plan que terminaría por provocar el genocidio, y la responsabilidad última, técnicamente hablando, de Adolf Hitler, el sustento ideológico de ese plan es bien conocido:

Una ideología o Weltanschauung (concepción del mundo) milenarista que proclamaba que "el judío" constituía el origen de todos los males, en especial del internacionalismo, el pacifismo, la democracia y el marxismo, y que era el responsable del surgimiento del cristianismo, la Ilustración y la masonería

Según el criterio más o menos restringido que se adopte para definir el Holocausto, la cifra de víctimas varía. Algunos historiadores lo circunscriben al genocidio judíos a manos del Tercer Reich (algo más de 6 millones de víctimas).


Otros estudiosos consideran que debe aplicarse asimismo a las víctimas polacas y a otros pueblos eslavos y gitanos. Un tercer grupo amplía el término para que abarque igualmente a los homosexuales, los disminuidos físicos y mentales y los Testigos de Jehová, de modo que se estiman en 11 o 12 millones las víctimas del Holocausto, de las cuales más de la mitad eran judíos. Después de que las deportaciones en masa terminaron a principios de 1943 quedaron oficialmente en Alemania solo unos 15.000 judíos. Casi todos los que fueron deportados desde ese país fueron asesinados. La mayoría de los judíos que quedaban estaban casados con no judíos o se los clasificaba racialmente como judíos parciales y por eso estuvieron exentos de la deportación hasta 1944-1945. Varios miles de judíos permanecieron escondidos hasta el final de la guerra. Los nazis mataron a unos 170.000 judíos alemanes durante el Holocausto.


El Nacismo en la actualidad

Cuál es el secreto de la permanente actualidad del nazismo? Llevamos 70 años desde el final de la II Guerra Mundial, que dio carpetazo al hitlerismo, y el interés no da señales de agotarse. Más bien al contrario (aunque sin duda haya gente que se sienta cansada de él). Ensayos, novelas, memorias, películas, documentales, exposiciones y hasta videojuegos siguen recordándonos esa siniestra etapa de la historia, convertida en un todo un filón. Un artículo periodístico con la palabra “nazis” en el titulo inevitablemente estará entre lo más leído. El asunto del tren nazi polaco, sin ir más lejos, ha vuelto a demostrar qué vivo es ese interés público.


Entre las publicaciones recientes más destacables, sin ningún afán de ser exhaustivos, figuran las memorias inéditas de Alfred Rosenberg, una nueva visión sobre el mundo de los campos de concentración (KL, de Nikolaus Wachsmann), un interesantísimo libro del especialista Richard Evans (El Tercer Reich, en la historia y la memoria) que ofrece nuevas perspectivas sobre diferentes aspectos del régimen. En el ámbito cinematográfico ha popularizado ahora la depredación nazi del patrimonio artístico, un tema también al alza.

Por supuesto, todo eso es solo la punta del iceberg: debajo hay cientos de otras obras –y ciertamente muchos subproductos– que abordan absolutamente cualquier aspecto (real o imaginario) relacionado con el nazismo, aumentando una bibliografía ya inabarcable.


Varias son las claves de ese inagotable interés por los nazis, un interés que va de lo científico y lo más legítimo a lo espurio y morboso (una de las últimas modas es la combinación de nazis y zombis, a sumar a la inacabable fascinación por la estética y la memorabilia nazi, uniformes, armas y complementos que alimentan un mercado que no deja de crecer). El principal motivo que nos lleva a interesarnos por el nazismo, sin duda, es la fascinación por el mal. Los nazis lo encarnan como no lo ha hecho nadie. Ha habido por supuesto otros grandes criminales en la historia –individuales y colectivos– pero la conjunción que ofrece el nazismo de gran galería de mentes perversas y escala de sus maldades es única. Se ha aducido que los crímenes de Stalin, Mao o Pol Pot, por no remontarnos a Gengis Khan, son comparables a los de Hitler y sus secuaces. Pero lo que hace que los nazis jueguen en una división aparte de la perfidia es la atroz particularidad de su programa: la aniquilación de millones de seres humanos simplemente por motivos raciales. Y el método industrial con que acometieron ese objetivo. El Holocausto, expresión máxima de la maldad hitleriana, está indudablemente en el centro de nuestro interés por el nazismo.Otro motivo de ese interés es que en buena parte –y especialmente sus mayores horrores y violencias– el nazismo se desarrolla en un marco que apasiona tanto como II Guerra Mundial. Esa contienda, la mayor que ha visto la humanidad, y el nazismo se retroalimentan para estimular la fascinación de la gente. Muchos libros sobre el nazismo lo son sobre la guerra y al revés. La II Guerra Mundial no es solo la mayor sino también la más nítida (con sus conocidos límites) en cuanto a opciones morales. Nunca –precisamente por el nazismo– ha habido una guerra en la que se pudiera dividir tan claramente entre buenos y malos (de nuevo con todas las excepciones).


El nazismo nos obliga como pocos otros fenómenos en la historia a preguntarnos qué hubiéramos hecho nosotros de vivir aquellos tiempos, en la misma Alemania o fuera de ella. ¿Nos habríamos enfrentado al mal o habríamos contemporizado o transigido? ¿Habríamos sido valientes o cobardes? Incluso: ¿víctimas o verdugos?La actualidad invita asimismo a revisitar el nazismo. Los extremismos en Grecia y Hungría, el movimiento Pegida alemán, determinadas reacciones de otros sectores a la llegada de emigrantes… De manera polémica también se ha aludido al nazismo para descalificar el independentismo catalán.


Por supuesto hay otra razón de bulto para que el nazismo no deje de interesar: hay mucho aún que discurrir y averiguar. Nos faltan elementos para esclarecer del todo el proceso de toma de decisiones que llevó a la Solución Final. Los propios historiadores –Timothy Snyder y Evans, sin ir más lejos– se muestran en desacuerdo y polemizan sobre asuntos clave. Se producen también revelaciones sorprendentes. Por ejemplo la de que los planes hitlerianos para el Este, de llevarse a cabo, hubieran supuesto la muerte de cerca de 40 millones de eslavos en esas “tierras de sangre”, por usar la expresión de Snyder.


Nos interesa el nazismo, en fin, no solo por lo que fue, sino por lo que pudo haber sido.


Actualidad

Setenta años después del fin de la II Guerra Mundial, Alemania sigue envuelta en una catarsis que se materializa en grandes monumentos como el del Holocausto en Berlín y el de Munich para no olvidar los crímenes cometidos durante el Tercer Reich. “En qué parte del mundo uno puede ver una nación que erige monumentos para inmortalizar su propia vergüenza”, dijo en 2008 Avi Primor, un antiguo embajador de Israel en Alemania en una ceremonia sobre la liberación de Auschwitz. “Solo los alemanes tienen la valentía para hacerlo”, añadió.


El país ha hecho un severo ajuste de cuentas con el pasado nazi y los crímenes cometidos durante el Tercer Reich, en una dinámica que permitió, por ejemplo, a la canciller Angela Merkel declarar en Gdansk (Polonia), en 2011, que su país había provocado la peor tragedia de la historia europea. “Rindo homenaje a los 60 millones de personas que perdieron la vida a causa de esta guerra que desencadenó Alemania. Me inclino ante las víctimas”, dijo.


Sin embargo, la dura tarea de reconciliación con el pasado nazi ha sido un proceso largo, difícil y que estuvo marcado por un largo periodo de amnesia colectiva que impregnó al país en los primeros años de posguerra. Nadie había sido nazi, nadie había aclamado a Hitler y nadie había tenido consciencia de los crímenes antes de 1945.

Con excepción del juicio de Nurenberg, gran número de criminales nazis no fueron perseguidos y pudieron continuar su carrera en la vida civil, después de una purga simbólica que recibió el nombre de amnesia fría, un fenómeno alentado por el primer canciller de la joven República, Konrad Adenuaer, quien justificó la presencia de altos funcionarios nazis en su Gobierno, en el aparato judicial y en los organismos de seguridad con una frase legendaria: “La máquina debe seguir funcionando”.


La verdadera memoria empezó en 1963 con el famoso proceso de Auschwitz contra un grupo de guardias del campo en Fráncfort. El juicio permitió a los jóvenes tomar conciencia de los crímenes cometidos por sus padres, una nueva catarsis que explotó con la revuelta estudiantil de 1968, cuando los jóvenes lanzaron a sus familiares una pregunta crucial: ¿Qué hiciste tú en la guerra?


La tarea culminó en 1985 cuando el entonces presidente del país, Richard von Weiszäcker, dijo que la capitulación de la Wehrmacht, el 8 de mayo de 1945, no había sido una “derrota dolorosa”, sino un acto de liberación de la tiranía nazi.


“Por suerte, estaba con la que entonces era mi esposa y con mi hijo.

Nos dieron algunas vueltas por Berlín, era la hora del apagón, así que incluso si hubiéramos podido mirar hacia afuera, no habríamos podido saber qué estaba pasando. Dimos vueltas durante algún tiempo. Y entonces llegamos a algún sitio que según supimos luego era alguna especie de barraca para soldados, donde nos dejaron pasar la noche. Luego nos trasladaron a un punto de reunión, un lugar que había sido un hogar para ancianos judíos, en Berlín. Entonces comenzó el proceso de deportación, con todo tipo de papeleo. Ciertamente es curioso que en medio de la guerra, cuando había escasez de todo, incluyendo el papel, había suficiente papel para todo tipo de procedimientos. Teníamos que declarar nuestros supuestos fondos, nuestras posesiones, y si queríamos nos hacían una notificación con una especie de citación, en la que se decía que habíamos sido declarados enemigos del Reich a causa de nuestra conducta y que se nos despojaba de nuestras propiedades. Se nos hizo esa notificación a todos, incluyendo a mi hijo, que tenía entonces tres años y medio de edad, también por su comportamiento ultrajante contra el Reich alemán. Después de dos o tres días nos llevaron en camiones a una estación de carga alemana y nos subieron a vagones para ganado. El tren partió de Berlín con unas 1.000 personas aproximadamente. Éramos unas 60 o 70 personas en cada vagón, con tan sólo un balde para fines de higiene, sin agua, con apenas aire, porque eran vagones cerrados. En la tarde del 12 de marzo de 1943, si no me equivoco, partimos de Berlín en dirección al este. “

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